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    ACOMPAÑAMIENTO EN EL DUELO

    Vivimos en un un mundo anclado a aquello material, un modus vivendi a ritmo de clic. En este contexto, que nos pongamos a profundizar sobre la pérdida y el duelo no es una cosa habitual. Sin embargo, la pérdida es una realidad habitual. A lo largo de nuestras vidas, podemos perder nuestro trabajo, una mascota, nuestra casa, nuestra salud, un ser conocido, un ser muy querido… Frente a tanta pérdida, disponemos de pocos recursos para afrontar de una manera saludable la pérdida de un ser querido o ayudar a quienes la sufren. No hay que olvidar que somos animales sociales y como tales estamos condenados a la extinción sin nuestra cooperación.

    Con esta pandemia, hemos comprobado la importancia que tiene el otro en nuestra felicidad, entendida esta en el sentido de “plenitud”. Hoy en día, todos conocemos a alguien que ha fallecido en soledad: sin el acompañamiento de sus seres más queridos. El acompañamiento humano es necesario, necesitamos de los otros y esa individualidad que nos venden, ese valor de lo material, olvida lo esencial: la persona. Además, conviene recordar que más allá de nuestras fronteras físicas y psicológicas, también hay gente que sufre; no quisiera descuidar a aquellos que nos necesitan. Por todo esto y quizás también por mi sensibilidad, considero que necesitamos detenernos y tener presentes a aquellos que sufren y piden ayuda. Vaya por delante que me parece interesante la propuesta de acercar estos contenidos a los centros educativos. A fin de cuentas, no encuentro mejor objetivo que aprender a gestionar nuestras propias emociones y conseguir una vida plena y en harmonía. La competencia personal y social va de eso aunque también me gustaría una nueva: “competencia espiritual”

    El duelo viene a ser el proceso por el que las personas pasamos para integrar una pérdida, sea esta del tipo que sea. Evidentemente, la pérdida humana, sobre todo cuando se trata de un ser querido, es la que más nos afecta. Ahora bien, en las pérdidas podemos incluir la pérdida de una mascota, de la propia casa, el trabajo o la propia salud. Frente a esto, pasamos todos, de un modo u otro, por un proceso que denominamos duelo. Quiero contarles que aunque la pérdida de mi papá y mi mamá, fueron muy duras, conseguí integrarlas de una manera muy saludable en mi vida. Pero créanme, ha sido un trabajo personal lento y de mucha profundidad. El sentimiento de culpa, el miedo a la muerte, la sensación de no haber sido un gran hijo y otras ideas, se instalaron en mi mente largas y largas noches. En este punto, agradecimiento a quienes fueron mis compañeros y maestros de vida.

    Los profesionales de la psicología, hablan de varias fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Al principio, cuando nos comunican una pérdida, nos aferramos y lo negamos, dicho de otro modo: entramos en una fase de shock. A continuación, aparece la ira o rabia, sobre todo cuando nos damos cuenta que la pérdida es un hecho real. Así es, puede que en el momento del funeral o en el cementerio, algunos hayamos presenciado el momento de absoluta rotura emocional por parte de la familia. Fíjense ustedes como minutos antes, los familiares estaban más estabilizados; puede que aún estuvieran en la fase de negación. Seguidamente, buscamos explicaciones mediante preguntas: ¿Por qué ha ocurrido? ¿Por qué a mí? ¿Podría haberlo evitado? Posteriormente, en la fase de depresión, existe exceso de pasado y la persona deprimida experimenta, con mayor o menor intensidad, tristeza, apatía y desinterés por las cosas que antes sí que le ilusionaban. Y finalmente, la aceptación. En esta fase, conviene clarificar que aceptar no es sinónimo de olvidar. En la fase de aceptación, conviene integrar la pérdida de una manera saludable, cada uno a su manera y con sus propios símbolos de refugio. 

    Cabe decir que las fases del duelo son variables y evolucionan en función de la persona, la cultura o la religión. El budismo, no vive el duelo de la misma manera que lo hace el hinduismo, el cristianismo o el animismo. También es verdad que en determinados países, la muerte es un hecho habitual. Además, esto no son matemáticas; las fases son variables. Podemos encontrarnos en la fase de la depresión durante un tiempo y seguir buscando razones de lo ocurrido (fase de negociación) o también podemos experimentar un muy buen día y el día siguiente reaparecer esa depresión profunda en la que nos encontrábamos inmersos. La tristeza es un estado de ánimo mientras que la depresión es un trastorno más duradero en el tiempo.  Llegados a este punto, en el caso que los síntomas propios de una fase se prolonguen en el tiempo, hablamos del duelo patológico.

    Es interesante ofrecer un enfoque filosófico. Me parecen interesantes las posturas de muchísimos filósofos. La archiconocida sentencia socrática del «sólo sé que no sé nada» puede ser muy alentadora en un proceso de acompañamiento en el duelo. Sócrates nos invita a la humildad, la escucha y el planteamiento de buenas preguntas. La persona que sufre, necesita, sobre todo, ser escuchado. El estoicismo nos viene a decir que cuando morimos no sentimos ni placer ni dolor, ni tampoco sufrimiento. Teniendo a Séneca como referente, en el peor de los casos, la muerte no es ningún problema sino más bien el miedo; el pensamiento que nos hacemos de ella. En definitiva, la Filosofía nos ofrece herramientas racionales para afrontar mejor nuestras vidas y es que, aunque no podamos controlar lo que nos ocurre, si podemos hacerlo con nuestro modo de pensar acerca de ello.

    Quisiera detenerme en la importancia que tiene el silencio en el acompañamiento en procesos de duelo. Según nos explica el sacerdote y filósofo Pablo d’Ors en su Biografía del silencio, necesitamos vaciarnos de palabras y llenarnos de silencio. El mundo lo creamos diariamente y las palabras tienen un enorme poder de transformación. Imaginaros por un momento que vuestro hijo, adolescente, llega un día a casa y os dice: «Mamá, ¿sabes que te quiero?» O al revés, que una madre, cuando llega a casa, su hijo la abraza y le dice al oído: «Gracias mamá por tu tiempo y dedicación» Las palabras son enormemente transformadoras: ¿Cómo nos sentiríamos?

    En esta búsqueda y urgencia de silencio es necesario hablar de la meditación. Ahora bien, hay que tener muy claro que la meditación no es un camino de rosas. En el momento de meditar, afloran muchísimos pensamientos y es muy habitual que uno desista. ¿Pero saben por qué? Por un lado, no estamos habituados: es algo extraño y poco visto. Por otro, la meditación provoca que nos encontremos con nuestras propias frustraciones, nuestros deseos, incluso nuestro inconsciente. La práctica del silencio exige valentía, así es… Y no os creáis, en absoluto, que lo estáis haciendo mal cuando os invadan los pensamientos. Sois humanos, simplemente. Se trata de escucharlos, sentirlos, pero sin enfadarnos con ellos, en silencio… Ahora bien, la idea creo que se entiende: aceptemos nuestros pensamientos, por dolorosos que sean. La luz no existe sin la oscuridad: el desierto es necesario. 

    Con esta pandemia, hemos perdido a muchos conciudadanos. Pero no solo eso. Hemos perdido salud, seguridad, confort, autoestima. Tengo amistades y colegas de trabajo que siguen sufriendo porque han perdido la tranquilidad. ¿Vemos la pérdida? Pues eso, si tan racionales y sociales somos, actuemos. Una hora, o al menos media, para parar y dejar los teléfonos y las noticias a un lado. Media hora para sentarse, para respirar, para mirar dentro y ver lo que hay, para sostener la mirada. Para dar gracias por vivir. Para rezar si tenemos fe. Miedos los tenemos todos, no conozco a nadie que se haya liberado totalmente de ese cáncer. Lo importante es qué hacemos con eso. Podemos escaparnos o intentar resolverlo, pero también podemos mirarlo, atravesarlo y darnos cuenta de su inconsistencia. Esta solidaridad en la sombra que estamos viviendo, si la vivimos bien, puede convertirse en una solidaridad en la luz que nos haga salir de esto robustecidos. El silencio nos humaniza y la meditación, es el camino. Doy fe de ello.

    Otra idea interesante es la esperanza. Tal y como nos explica José Carlos Bermejo, infundir esperanza y ser esperado es claramente terapéutico. Todos hemos vivido alguna mala época y el simple hecho de tener a alguien dispuesto a escucharnos, eso es curativo. Pues ahora imagínate que eres una mujer africana con una enfermedad mental y que nadie te quiere: ni tu marido, ni tus hijos. Sigue imaginando… Imagina que llegan unas personas de una ONG, que te hablan con cariño y te dicen que ellos saben que no tienes ningún mal espíritu y que simplemente necesitas amor. Pues así es, hay personas y asociaciones que infunden esperanza sobre otros u otras que no encuentran la voluntad por el sentido de la vida. Imagínate que eres un joven marroquí y que has llegado a España en patera y que, cuando llegas, la gente te recibe con amor y te protege. O que tienes una depresión y tu familia siempre está a tu lado, llamándote por teléfono y diciéndote: «Estamos a tu lado»

    En este punto, permítanme que destaque la gran labor que hace la Asociación Víctor Frankl de Valencia, formando a personal que trabaja o colabora en la unidad de cuidados paliativos del Hospital clínico San Carlos. El neurólogo, psiquiatra y filósofo Victor Frankl, sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau. A partir de esa experiencia, escribió el libro best seller El hombre en busca de sentido. Inventó la logoterapia, un método basado en el diálogo que pretende encontrar la voluntad por el sentido de la vida. Volviendo a la asociación Víctor Frankl, cabe destacar la urgente necesidad de inversión en cuidados paliativos. Simplemente investiguen y juzguen ustedes a propósito de lo que invierte el estado tanto en cuidados paliativos como en el ámbito de la salud mental. ¿Invertimos suficiente en este ámbito? No hay que olvidar que el suicidio, según el Instituto nacional de estadística, es la primera causa de muerte no natural en nuestro país. Bajo mi punto de vista, una realidad silenciada: los enfermos en cuidados paliativos y los enfermos de salud mental.

    No quisiera olvidarme de un valor muy importante para el acompañamiento del duelo: la compasión. A diferencia de la lástima o pena, la compasión consiste en la entrega de amor a quien sufre de una manera desinteresada. En este sentido, la parábola del buen samaritano nos viene como anillo al dedo. La parábola del buen samaritano es una de las parábolas de Jesús más conocidas, relatada en el Evangelio de Lucas, capítulo 10, versículos 25-37. Esta parábola nos recuerda la importancia de amar al prójimo. La parábola enseña que cumplir el espíritu de la ley, el amor, es mucho más importante que cumplir la letra de la ley. En esta parábola, Jesús amplía la definición de prójimo.

    Escuchar sin prejuzgar, preguntar, respetar los símbolos de refugio de cada persona, infundir esperanza, regalar compasión, alimentar la voluntad por el sentido de vivir, practicar el silencio… Ah y muy importante: cuidarse para cuidar. Ya San Pablo, al escribir a Timoteo (1 Tim 4,16) dice claramente: “Ten cuidado de ti mismo” y Lucas en el libro de los Hechos también dice: “Ustedes deben cuidarse a si mismos” Pues eso, cuidémonos y cuidemos de los otros, nuestros hermanos.