Ya en Noviembre, las luces de colores, los Papás Noeles y la música navideña invaden nuestras calles anunciando la llegada de la Navidad. Los centros comerciales ponen toda la carne en el asador con la intención de despertar esa gran bestia: el consumismo. Todos reconocemos que detrás de la parafernalia subyace un mensaje subliminal: “gástate el dinero, ahora es el momento”. Sin embargo, para la mayoría viene siendo una costumbre muy arraigada eso de vaciarse los bolsillos saliendo de compras y hacer regalos a nuestros seres queridos. Seamos sinceros, este consumismo latente es alarmante y ha llegado ya a cotas demasiado altas. Tanto es así, que hay gente que no puede evitar esa compulsión por comprar, gastar, gastar y gastar…
En lo que concierne a nuestras decoraciones navideñas, en realidad son puestas para crear un clima familiar y de proximidad en nuestro hogar. Si las calles prolongan este clima, bienvenida sea la decoración, pero seamos sinceros, la decoración de la ciudad persigue otra finalidad bien distinta. Las decoraciones esconden unos mensajes que se meten como dardos envenenados en nuestro inconsciente estimulándonos a malgastar nuestra pasta. Así es, gástate el dinero aunque sea con bolsitas de arena o vasos llenos de oxígeno. De hecho, la cosa se ve más clara si analizamos el origen y la función que tiene Papá Noel en nuestra sociedad: es americano, gordito y trae siempre muchos regalos. ¿Pero los regalos quién los paga? El papá, así es, pero no el Papá Noel sino generalmente ese papá mileurista que está hasta los cojones de que le puteen en el trabajo o incluso ese que está en paro y le cuesta llegar a fin de mes. Pero claro, sigamos engañando a nuestros niños para que no se frustren. No quiero ni imaginar el despago cuando se percaten de que todo eso era un montaje: renos volando, cabras, hombres de 20 cm escalando por los balcones…
Entiendo que algunos utilicen esta fiesta religiosa como trampolín para descansar, salir, estar con la familia, lo que hacemos las personas cuando no trabajamos. Pero por favor, permítanme que separe la alegría festiva del desbarajuste y el consumismo exagerado, no quiero ofender a los más pobres. Cada cual que haga en su casita lo que quiera: si uno quiere poner ciervos de madera que ponga ciervos, si otro quiere poner cabras montesas pues que las ponga también. Si se da el caso que alguien desea iluminarse todo su chalet y contratar 10.000 vatios de potencia para que resuenen villancicos las 24 horas del día, allá él si se lo permiten sus vecinos… De hecho, no decoran igual Donald Trump que José Mújica. Eso sí, conviene recordar que la vía pública es de todos, señores, y esa iluminación contamina además de costar muchísimo dinero. Quizá sea el momento de recordar eso de que en el término medio se encuentra la virtud.
Por otra parte, en estas fechas tan entrañables nos enviamos un montón de mensajes con imágenes prediseñadas. Resulta preocupante como ni tan siquiera nos paramos a elaborar nuestro propio mensaje en función de la persona a quién vaya dirigido. ¿Dónde están las postales navideñas? ¿Ubi sunt? Pues lo dicho, la cultura de lo precocinado y recalentado resurge con más fuerza en estas fechas: el mismo vídeo que te envía tu mujer o tu novia, te lo envía también ese amigo con el que compartes ducha y olores varios en el gimnasio. Bienvenidos a la cultura del copia y pega, el mismo copia y pega que utilizan los chavales cuando hacen trabajos del instituto, ese que tanto cabrea a los profesionales de la educación. Autenticidad, seamos serios, si quieres a alguien, si alguien te importa, sal de tu zona de confort y llámale o envíale un mensaje escrito que salga de tu puño y letra. Y por favor, respetemos las normas ortográficas que tampoco cuesta tanto… Llamadme raro, incluso antiguo, pero creo que no es tan difícil respetar, al menos, las reglas básicas de acentuación…
Venga, va, que vienen las navidades, tiremos la casa por la ventana: la vajilla más nueva, el marisco, los polvorones, el champagne, los turrones, el entrecot, el solomillo y los padrinos a rascarse los bolsillos sí o sí…. Son navidades y hay que estar ahí, comiendo y con gente, rodeado de mucha gente, aunque esa gente te desborde, aunque sólo compartas con ella tu segundo, tercero o incluso cuarto apellido. Así es la navidad, una época en la que aumentan las visitas al psiquiatra pero también un periodo en el que hay que sonreír, hay que cantar villancicos y también hay que brindar por un próspero año nuevo. Bienvenidos a la navidad, una época en la que tu vida es perfecta, en la que saludas a todo el mundo, en la que eres bueno, bondadoso y solidario… Seamos sinceros, así es la navidad, una época en la que más que sentarte para compartir, te resignas a soportar ese primo machista o esa cuñada pija y prepotente. Así son las navidades, un periodo en el que se te exige presencia física, mucha presencia física, a veces demasiada presencia física…
Independientemente de cuales sean los orígenes de la navidad, resulta muy curioso que la celebración navideña nos someta a una serie de obligaciones cuidadosamente diseñadas y estructuradas de forma rígida e inamovible. Independientemente de las creencias místicas, es innegable que entorno a la navidad gira una interesante combinación de actitudes y sentimientos, tales como la entrega, el perdón y la culpa. Pero seamos sinceros, muchos asesinamos la celebración cristiana religiosa pero contribuimos, puede que de manera inconsciente, a que haya otras creencias, normas morales y rituales nada humanos. Así es, profanamos lo sagrado, olvidamos el nacimiento de Jesús pero colgamos esos papás noeles diminutos y luces intermitentes en nuestros balcones. Nos olvidamos del adviento y el perdón pero hacemos grandes regalos y estrenas a golpe de talonario. Sin embargo, la simbología cristiana aguanta y sigue resistiéndose: el nacimiento de Jesús, la estrella de Belén, las campanas anunciando la buena nueva y los regalos que se intercambian a modo de símbolo y como recuerdo de los magos de Oriente.
A todos los que no lleváis este periodo nada bien, quiero desearos paciencia, mucha paciencia, para rematar visitas y compartir mesa. Pues eso, si realmente te importa lo que piensen de ti, enseña dientes, suele dar muy buen resultado. Eso sí, no te sorprendas que en la mesa haya alguien a quien le moleste tu alegría y entonces enseñe más dientes que tú. Si esto ocurre, tranquilo, es el eterno retorno, a fin de cuentas siempre hemos sido un animal competitivo. Si se da el caso, no saques los colmillos, eso sería arriesgado, dicen los especialistas que la respiración profunda o diafragmática conseguirá que te relajes y además te ayudará a focalizar la atención. Paciencia, mucha paciencia…
Llegados a este punto, permítanme, ahora sí, que les desee Felices Fiestas y un próspero año nuevo. Yo seguiré con mi pequeño Belén, ese que conservo de mi mamá… Seguiré también con la tradición y buscaré esa cercanía
Sergi Pascual
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