Las últimas palabras de Wittgenstein, « Diles que mi vida ha sido maravillosa», se han interpretado en ocasiones como su epitafio. Enrique Jardiel Poncela llevó sus experimentos con el humor en la literatura hasta el final. En su propio tumba se lee a modo de epitafio: “Si queréis los mejores elogios, moríos”. Joan Fuster, tiene como epitafio «Ací jau J.F. que es va morir com va viure: sense ganes» De sobra es conocido el epitafio de Groucho Marx: «Disculpe que no me levante» En definitiva, los cementerios están llenos de epitafios para todos los gustos y colores.
Partiendo de esta variedad de epitafios y comentando incluso algunos de ellos con mis alumnos, planteé la siguiente cuestión: ¿Qué epitafio te gustaría que escribieran en tu tumba? Durante aproximadamente un minuto, el silencio se apoderó de la clase. Pero ese silencio me pareció tan valioso que no quise romperlo. A fin de cuentas, el miedo o el dolor es el precio que hay que pagar para provocar pensamientos con cierta lucidez.
Hubo quienes se atrevieron a decirme que con tan solo diecisiete años eran demasiado jóvenes para responder esa cuestión. Después de ofrecerles varias razones de peso, proseguimos con el tema. En realidad, dedicamos unas cuantas sesiones a exponer nuestros epitafios, argumentando cada una de las respuestas. Estoy de acuerdo en que es una cuestión radical, potente, extrema, dura, arriesgada…Pero de esta cuestión, de esta simple pregunta, surgieron reflexiones interesantes y diferentes entre si. Una alumna en cuestión puso en su epitafio: «Fue una persona dedicada a los enfermos» En clase, explicó que no quería dedicarse a la economía y que realmente siempre tuvo miedo de no satisfacer el deseo de su padre, economista y director de banca. Tal y como me comentó a mi personalmente, posteriormente habló con su familia para expresarle que ella quería dedicarse a aquello que le apasionaba: cuidar de los enfermos. Hoy en día es una doctora a la que me une una buena amistad y con la que comparto la importancia de los valores y el acompañamiento humano en cualquier proceso de sufrimiento o pérdida.
La Filosofía no da respuestas, simplemente plantea preguntas. Eso sí, preguntas radicales capaces de desestabilizar un acróbata y obligándonos a construir un razonamiento crítico y totalmente personal. Pues ahí os dejo la cuestión: ¿Qué epitafio te gustaría que escribieran en tu tumba? Entiendo que haya quien no quiera epitafio porque no le importe en absoluto las palabras que puedan quedar escritas en un trozo de mármol o granito. Si es el caso, replanteemos la cuestión: ¿Qué quieres hacer de tu vida? ¿Qué te gusta o te apasiona? ¿Qué te llena de verdad? ¿Qué es para ti la felicidad? Ahora, puede que sí te animes a responder.
Por cierto, yo no tengo claro qué poner en mi epitafio, que lo decidan otros así se distraen un poco para no sufrir tanto mi pérdida. Ahora bien, sí que tengo muy claro que hablar de la muerte es hablar de la vida. Reflexionar sobre la muerte, no nos convierte necesariamente en seres tristes. Tantear la muerte, puede hacernos mejores personas, más humanas. La muerte es un proceso natural, posiblemente una de las pocas verdades con las que contamos los seres humanos. Otra cosa es que no esté de moda y que lo habitual sea hablar de nuestros éxitos o conquistas. Eso también lo tengo muy claro: hablar de la muerte no produce likes ni seguidores.
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