Platón elabora una Teoría de las ideas a partir de la cual centrará sobretodo su tesis política. En la República Libro VII nos presenta el archiconocido mito de la caverna. En dicho mito aparecen unos personajes atados de pies y manos cara un muro, observando sombras. Estas sombras son proyectadas por unos segundos personajes que tienen unos objetos en sus manos. Además, existen unos terceros personajes que están saliendo de la cueva, y tan sólo uno que consigue salir gracias a la ayuda recibida por alguien. Es importante también la existencia de dos símbolos: el fuego y el sol.
Para la interpretación del mito de la caverna, sería lógica la referencia al símil de la línea. Si trazamos una línea debajo del mito de la caverna, se identifican dos mundos así como dos niveles de conocimiento. En el interior de la cueva existe el mundo sensible o mundo de los objetos. En el exterior, el mundo inteligible o mundo de las ideas. El mundo sensible es el mundo de aquello que cambia, el devenir, lo mutable, aquello imperfecto y contingente. El mundo inteligible es el mundo de aquello que no cambia, lo permanente, aquello perfecto y universal. Mediante la doxa captamos el mundo sensible, el mundo de aquello que cambia. Por supuesto, este conocimiento no es un conocimiento verdadero. El conocimiento verdadero sería el que tendríamos a través de la episteme. Vemos pues, como Platón nos plantea éste dualismo.
El mundo sensible es una copia imperfecta del mundo inteligible. Todos los objetos del mundo sensible tienen un correlato inteligible, un referente del que dependen ontológicamente, mucho más real que el objeto en sí. Es aquí donde merece la pena detenerse para comprender la estética que Platón desarrollará en el Libro X de la República. La teoría de las ideas es aplicable también al mundo del arte.
La Atenas clásica y democrática se caracterizaba por la importancia del teatro. Los atenienses acudían al teatro con la intención de liberar sus tensiones emocionales, lo veían realmente como una necesidad; la tragedia producía catarsis. Evidentemente, Platón expulsaría la tragedia de su República (res pública, cosa pública). Según Platón, el arte más perfecto sería el mimético, el arte como copia de la realidad sensible. Si las ideas son la primera realidad y los objetos son una manifestación de la realidad, evidentemente cuanto mejor copiemos la realidad sensible más nos estaremos acercando a la realidad original e inicial. En caso de que no copiáramos fielmente la realidad, estaríamos desviándonos de la verdad inteligible. Así razonaría Platón, si levantara cabeza, consideraría las vanguardias del siglo XX o XXI como una auténtica destrucción del individuo. Ese subjetivismo y relativismo sería inaceptado, lo mismo pasaría con el arte trágico. La tragedia, tan valorada por muchos clásicos (Aristóteles: discípulo de Platón) será negada por Platón. No hay que olvidar que en Platón se plantea una división tripartita del alma. En esta división: alma racional, irascible y apetitiva, queda clara la jerarquía que ejerce la primera sobre las demás restantes. Es por ésto que la tragedia no puede ser considerada para Platón como arte.
Respecto al arte es mucho más convincente la tesis aristotélica y nietzscheana. Los seres humanos necesitamos descargar la tensión acumulada durante nuestras largas jornadas laborales. Sería poco ético, considerar que en pleno siglo XXI los humanos no podamos disfrutar (de vez en cuando) dionisíaa camente. Considero que la tragedia es arte. A pesar de resultar muy estricta, la teoría de la mimesis puede resultar atractiva. Vivimos una época en la que todo puede llegar a ser considerado arte. La mimesis puede ser la brújula que nos oriente en este océano, que es el arte.
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