VIOLENCIA VICARIA

Malas noticias. En la localidad de Sueca, el pasado domingo, un hombre de 47 años asesinó a su propio hijo de 11 años. Como no le respondía por teléfono, la mujer acudió a recogerlo a casa de su padre y como nadie abría la puerta, llamó a la Guardia Civil. Una vez accedieron al apartamento, se encontraron al asesino y al niño fallecido.

Nos cuesta entender que un ser humano pueda cometer semejante acto de crueldad. Cuesta de racionalizar que alguien pueda asesinar a su propio hijo para destruirle la vida a su expareja. Algo así como: «Como no me quieres, te voy a joder donde más te duele» Es inhumano que un padre sea capaz de asesinar a cuchilladas a su propio hijo y preocupante que nosotros, no hayamos podido evitarlo.

Cuando hay una sentencia de violencia, hay que ser radicales y no permitir que haya régimen de visitas por el bien del menor. De hecho, así lo establece la Ley de la Infancia.

Es necesario que reflexionemos también sobre la falta de recursos en salud mental y asistencia social. Me parece urgente que en los casos de orden de alejamiento, ya sea cautelar o por sentencia firme, haya también una constante valoración psicológica acerca de la peligrosidad del sujeto en cuestión. Pero además, deberíamos plantearnos que cualquier régimen de visitas, en estos casos, estuviera controlado.

Vayamos ahora a la raíz del asunto. En nuestra sociedad, se percibe una generalizada intolerancia a la frustración. En este caso concreto, el hombre, influenciado por la cultura del patriarcado, se rebela frente a un «no» como respuesta. Puede que se sienta abandonado, avergonzado o frustrado. Tenemos que ofrecer herramientas educativas y sociales para que nuestros jóvenes aprendan a tolerar la frustración. Es verdad que este problema existe en las aulas de una manera muy acentuada. Hay que enseñarles a gestionar las adversidades de la vida y entre ellas, a sobrellevar de la mejor manera un fracaso amoroso. A fin de cuentas, no deja de ser un hecho natural que alguien pueda dejar de amar a su pareja.

Es necesario que frente a las adversidades, normalicemos el acto de reflexionar. Urge que trabajemos la resistencia a pensar. Muchas veces nos venimos abajo porque no vemos soluciones inmediatas a nuestros problemas personales. Vivimos inmersos en una cultura de la inmediatez que busca soluciones inmediatas. Pero claro,  las cosas de palacio, van despacio: el luto por un ser querido, un desenamoramiento, gestionar una pérdida de trabajo o una enfermedad…. Nuestra sociedad tiene que dejar de estigmatizar el acto de pensamiento y reivindicar la actividad filosófica. Una buena solución, claro está, jamás debe atentar contra los Derechos Humanos.

Es importante recordar la existencia de patologías que dificultan la empatía pero no necesariamente impiden que seamos conscientes de la realidad. Me refiero a los psicópatas: personas incapaces de experimentar emociones frente al sufrimiento de sus allegados. Nuestro sistema sanitario contempla los problemas de salud mental pero tiene escasos recursos, motivo por el cual se hace necesaria la asistencia a la sanidad privada, que solo unos cuantos pueden permitirse.

Ahora, como sociedad, deberíamos comprometernos en acompañar a esta mujer en este sufrimiento. Me refiero no solo a nuestra cercanía, también a una asistencia psicológica y claro está, a una ayuda de tipo económico. Para eso, orgullosos deberíamos estar de pagar impuestos.  Mi más sentido pésame a la madre del niño.

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