LA HONESTIDAD EN ALBERT CAMUS. Diálogo entre Rambert i Rieux.

Hay quienes dicen que la peste debería leerse no menos de tres veces, porque habla, en tres niveles: literal, alegórico y universal. Literal: como vívidamente lo experimentan hoy los lectores: la historia de la plaga que asola y domina una ciudad, su posterior aislamiento del mundo exterior, el subsiguiente ‘exilio’ e infestación. Alegórico: como retrato del fascismo, del Tercer Reich, su esencia maligna y alcance asesino, su ocupación de Francia y la resistencia a esa ocupación. Universal: las cuestiones duales del absurdo y el mal en nuestra experiencia de la vida, el mundo y el universo, y nuestra forma de ceder o resistir.
Además es una obra cargada de valores. La escena que les quiero presentar es el mejor homenaje que he visto al valor de la honestidad. Rambert es alguien que está intentando «comprar» una salida individual para sí mismo, y escapar de Orán por amor a una mujer de la que el confinamiento le ha separado. Rieux y Tarrou están luchando a brazo partido contra la peste pero Rambert cree que escapando de Orán está siguiendo algo así como su vocación. Considera que vale más arriesgarse por un gran sentimiento que por una gran idea: «Estoy harto de la gente que muere por una idea. Yo no creo en el heroísmo; sé que eso es muy fácil, y he llegado a convencerme de que en el fondo es criminal. Lo que me interesa es que uno viva y muera por lo que ama»
Frente a esto, Rieux, protagonista y gran personaje de Camus, después de haber escuchado con atención a Rambert, y sin reproche alguno, le dice con mucha dulzura: «El hombre no es una idea, Rambert». Y luego añadió:
– «Tiene razón, Rambert, tiene usted enteramente razón y yo no quería por nada del mundo desviarle de lo que piensa hacer, que me parece justo y bueno. Sin embargo, es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad».
Rambert, entonces, le pregunta, qué es para él la honestidad, y Rieux le responde:
– «No sé qué es, en general. Pero, en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio».
Todavía Rambert le dice a Tarrou y a Rieux que ellos no tienen nada que perder con todo aquello, y que así «es más fácil estar del buen lado». Rieux no contesta. Decide irse diciendo que tiene mucho que hacer. Cuando salen, Tarrou se vuelve hacia Rambert, y le dice:
– «¿Usted sabe que la mujer de Rieux se encuentra en un sanatorio a cientos de kilómetros de aquí?».
Rambert se sorprende radicalmente. A primera hora de la mañana siguiente, telefona al doctor:
– «¿Aceptaría usted que yo trabaje ahí hasta que haya encontrado el medio de irme?
Tras un silencio, Rieux contesta:
– «Sí, Rambert. Se lo agradezco mucho».
Sí, es cierto. A la peste no se le combate con heroísmo, sino con honestidad. Esta idea, que puede parecer simplemente ocurrente, es en realidad el nervio principal de la novela. Y la honestidad es transformativa; se contagia.
No es casual que «La peste» del filósofo Albert Camus haya sido una novela universal. Es triste que haya dejado de ser leída. Miren en su estantería, o en la de sus padres, quizás se la encuentren. Y cuando la desempolven y la lean quizás hayan encontrado la vacuna contra la peste. Con un poco de suerte compartirán la tesis con Albert Camus y concluirán que a la Peste no se la combate más que con honestidad.

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