Ya en Noviembre, las luces de colores, las grandes decoraciones, los Papás Noeles y la música navideña invaden nuestras ciudades anunciando la llegada de la Navidad. Los centros comerciales ponen toda la carne en el asador con la intención de despertar nuestro consumismo latente. Todos reconocemos que detrás de la “parafernalia” subyace un mensaje sublimizar: “gástate el dinero, es el momento”. Muchos de nosotros consideramos inevitable vaciarnos los bolsillos bien saliendo de compras, bien haciendo regalos a nuestros seres queridos. Este consumismo actual es alarmante, ha llegado a cotas muy altas. Es más alarmante aún si analizamos nuestra propia situación económica, incoherente con el comportamiento compulsivo, masivo e irreflexivo por comprar.
La alternativa está en reconocer que esta “parafernalia de escaparate” no es idéntica a la que decora nuestros hogares. Nuestras decoraciones navideñas son puestas generalmente para crear un clima de proximidad en nuestro entorno familiar. Si este clima se prolonga en nuestras calles o en nuestros lugares de ocio, bienvenido sea. A fin de cuentas eso es la Navidad, una fiesta religiosa que precisa de un ambiente cálido. Pero cuando igualamos Navidad a consumismo, hemos caído en la trampa de la sociedad capitalista. Solo hay que reflexionar sobre el origen y la función que tiene Papá Noel en nuestra sociedad: es americano, gordo y trae muchos regalos. Pero los regalos quién los paga? El papá, no el Noel sino generalmente el mileurista, aunque le cueste llegar a fin de mes.
Entiendo que algunos utilicen esta fiesta religiosa como trampolín para descansar, salir, estar con la familia, lo que hacemos los seres mortales cuando no trabajamos. Pero por favor, permítanme que separe la alegría festiva del desbarajuste y el consumismo exagerado, no quiero ofender los más pobres. Mientras nosotros “derrochamos”, el cuarenta por ciento de la población mundial vive con 1,5 euros al día. Como filósofo, considero que siendo nihilistas estamos creando la bestia monstruosa más horrible: el espíritu consumista. Este espíritu arraigado configura una identidad según la cual un individuo es aquello que posee. Que triste es esto!
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