Desde hace unos años, observo un fenómeno muy extendido entre mi alumnado. Les explicas unos contenidos, de un modo magistral, mediante un esquema, con Power Point o haciendo uso del trabajo cooperativo… A continuación, les pones una actividad en la que tienen que “pensar” un par de minutos. Pues nada, ellos quieren una solución rápida, ya, sin preámbulos, ipso facto. En definitiva, se resisten a pensar…
Pero el fenómeno no acaba aquí. El drama se cronifica aún más. Cuando no encuentran la solución de inmediato, nada más ven un ápice de dificultad, se frustran. En este texto, lo verbalizo como resistencia al pensamiento e intolerancia al fracaso.
Al respecto, he conversado con colegas que imparten diversas materias, incluso con varios compañeros de orientación. Sin ir más lejos, el otro día entré en clase, la profesora de matemáticas comentaba unos ejercicios con los alumnos de bachillerato. Des del pasillo escuché a mi colega: “Tenéis que superar el miedo a equivocaros” Pero, prosiguió, ahora con un tono más tenso: “Solo queréis la solución y lo importante es que penséis. Las matemáticas son para solucionar problemas y para ello, hay que pensar” Pues eso, este diagnóstico se extiende a todas las materias.
Sinceramente, me preocupa que no quieran pensar, pero sobre todo, la consecuencia que se deriva de todo esto: la frustración cuando ven que la solución no se obtiene a ritmo de clic.
A fin de cuentas, se trata de ser felices. O al menos, esquivar o gestionar los obstáculos que nos regala vida. No quiero ahora analizar estadísticas de suicidio en edad adolescente y la relación que puedan tener estos datos con esta habilidad por no pensar y sentirse fracasado. Es importante que no nos dejemos arrastrar por esta cultura de la inmediatez. Los chavales necesitan, nos exigen, aunque sea silenciosamente, que les ayudemos y les enseñemos a gestionar sus emociones y a luchar sin frustrarse. Al menos, así lo veo yo.
Seamos valientes y luchemos contra nuestros grandes monstruos: la tecnología sin control, el consumismo feroz, la mirada obediente de la televisión, la búsqueda o afán de éxito, los referentes idolatrados… Es el momento de recuperar los consejos sabios de nuestros mayores “El cabet en la faena” Seamos comprensivos, nuestros jóvenes pertenecen a la generación digital, pero también contundentes.
Y sí, es verdad, el problema tiene múltiples aristas y las clases de repaso, muchas veces son una modo más de mirar hacia otro lado, incluso de reforzar este mal hábito, creado por nosotros: la resistencia a pensar y la intolerancia al fracaso.
También es verdad que habría que concretar el significado de pensar. ¿Qué es pensar? Nosotros, los docentes, también tenemos que reflexionar al respecto y revisar el sistema educativo y nuestras creencias. A fin de cuentas, equivocarse es la base del aprendizaje y pensar no es un atributo filósofos trasnochados Son otras épocas.
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