Vivimos en un tiranía de la felicidad o happycracia. Hay que sonreír, decirse palabras positivas, ver siempre el lado positivo… Por ahí va la cosa… Y para ello, existe toda una industria al respecto: libros de autoayuda, charlas motivacionales, tazas con frases chulas, camisetas, bolsos, sobrecitos de café… En las redes sociales, encontramos recetas mágicas para todos los problemas que pueda presentarnos la vida. No es de extrañar que se hayan creado nuevas profesiones al respecto: los coach, los mentores, los consultores o incluso los influencers. Pero la cosa es preocupante porque cualquiera, sin apenas formación, se atreve a convertirse en un referente para aquellos preocupados por la felicidad. Aquello esencial es tener una buena página web y hacer vídeos de calidad aunque se insulte al conocimiento y a la verdad.
Prefiero alejarme de estas recomendaciones facilonas: «Piensa en positivo» o «sonríe a la vida,» Menuda bobada. Las emociones desagradables, que son la gran mayoría, son una parte imprescindible de la vida y al igual que las emociones agradables cumplen una imprescindible función de adaptación al entorno. El hecho de experimentar emociones desagradables, además de ser inevitable, no nos convierte en seres indignos o incapaces de tener una buena vida. Nos convierte en personas, simplemente. Personas que a través del pensamiento y la reflexión, van configurando sus vidas lo mejor que pueden a través de decisiones.
Según la lógica actual, si los reveses de la vida deben transformarse en oportunidades a golpe de actitud positiva, la tristeza es en una decisión personal. Dicho de otro modo: Si estoy mal es porque no me esfuerzo lo suficiente, o porque algo estoy haciendo mal. Por tanto, me merezco estar así… Esta es la trampa de la tiranía de la felicidad. Olvidamos que las emociones desagradables forman parte de la vida, y porque nos genera un doble malestar: primero por aquello que nos ha ocurrido en la vida y, después, por la culpa de no soportar mejor los envites del destino. A este malestar doble se le llama baja tolerancia a la frustración, y es el sustento de muchísimos problemas psicológicos actuales. Donde muchos ven éxito y reconocimiento, yo veo inseguridad y ansia por aparentar una felicidad que además de ser antinatural, se ha puesto de moda y gusta a la industria que desea gente insegura y preocupada.
Esta concepción actual de la felicidad, no contempla el azar. Y es que en la vida también existe la buena y la mala suerte. Imaginaros a un charlatán de estos, convenciendo a un enfermo terminal, que en la vida siempre hay que ser positivos… Eso, eso, imaginaros al querido Ramón San Pedro, escuchando como uno de estos vendedores de la felicidad, intenta convencerle que la eutanasia es de cobardes o que tiene que ponerse frases positivas en su habitación. Cuenten conmigo, más bien, para un acompañamiento filosófico, incluso espiritual en el dolor y el sufrimiento. Y si lo consideran, para ayudarles a plantear algunas cuestiones filosóficas que quizás resulten útiles de cara la elección del propio camino. Pero aléjense de mi si lo que buscan es un apóstol que comparta mensajitos y frasecitas de fácil digestión acerca de la felicidad. Para esto último, ya tienen los sobrecitos de café o esos libritos escritos en un par de semanas.
Esta psicología positiva actual impone la necesidad y urgencia de ser feliz. Les invito a que se den un paseo por las redes sociales: imagen de éxito por aquí, frasecita bonita por allá… Someternos a una constante auditoría externa que examine nuestra felicidad nos amarga porque es imposible y antinatural estar bien todo el rato, y acabamos viviendo esos lógicos vaivenes como fracasos personales. Además, no todos quieren vivir en esa edulcorada felicidad y hay quienes se sienten más cómodos en un modelo de vida contemplativo, de lucha social o de retiro en soledad. Es más, la búsqueda desesperada de la felicidad, nos lleva al individualismo porque nos hace estar constantemente preocupados y obsesionados con nosotros mismos, con nuestros pensamientos y emociones. No hay que olvidar que somos animales sociales y que, sin el otro, no existiríamos en este planeta.
Cabe recordar que, en inglés, la palabra happiness (felicidad) viene de hap, un verbo que significa tener suerte. Y, sin embargo, hoy la felicidad no se concibe como algo que tenga que ver con la suerte, con la buena fortuna o con las circunstancias externas. La felicidad hoy se concibe como algo estrictamente personal, como algo que cada uno elige. Es una idea extremadamente simplista y reduccionista que responsabiliza al individuo injustamente de sus éxitos y de sus fracasos. Está muy asociada a la idea de reinvención personal, de que uno puede llevar el timón de su vida porque ésta le pertenece sólo a él, de que cada uno puede elegir cómo quiere que sea su vida a través del poder de la voluntad. Los individuos, según esta concepción de la felicidad, tienen el poder de auto-confeccionarse, de auto-dirigirse. Otra barbaridad, les invito a visitar algún hospital que trabaje en cuidados paliativos y a poner en práctica, in situ, eso de que si quieres, puedes.
La idea de que todo fracaso es una oportunidad para crecer está también muy extendida. El mundo de la autoayuda, del coaching, predica eso. No me confundan: las palabras de ánimo nunca están de más. Pero lo realmente preocupante es que se está convirtiendo en una especie de ideología que unifica de la misma forma los problemas, la vida y la felicidad. Sonríe o muere, una propuesta que bajo mi punto de vista, tiene apenas consecuencias en la vida de las personas.
La felicidad siempre sido un tema de preocupación filosófica. El mismo Aristóteles consideró que la felicidad era el fin último de todo ser humano. Nos hablaba de la vida virtuosa y la contemplación filosófica. Los estoicos, pretendían la tranquilidad del alma (ataraxia) y los epicúreos hablaban de los placeres como modo de alcanzar la felicidad. Como vemos, existen nociones de la felicidad pero corresponde a cada uno elegir su propio camino. Aconsejo la lectura del libro de Bertrand Russel, La conquista de la felicidad.
Hoy en día hemos interiorizado una idea de felicidad muy poco reflexiva y crítica. Pero la cosa va más allá del marketing. Si lo pensamos bien, nos invade una ideología interesada en que estemos permanentemente preocupados. Y digo preocupados, no felices. Preocupados por la dieta, el entrenamiento personal, la estética, la moda…. Deberíamos espabilar por un mundo en el que todos vivamos nuestras vidas con autenticidad, eso sí, respetando siempre a los demás. Y que les acompañe también la buena suerte, les hará mucha falta.
La impostura del happiness genera un control de los individuos a través de sus cuerpos. La consecuencia es una sensación de artificialidad, de frustración e infelicidad real de todo. Frente a esto, sigo confiando en un modelo de vida buena propia de los griegos o en unas pautas muy abiertas como plantea Bertrand Russel en su libro La conquista de la felicidad.
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