El debate sobre el uso del teléfono móvil en los centros educativos vuelve a estar encima la mesa. En 2018, Francia prohibió su uso a todo el alumnado menor de quince años. Italia también se sumó a esta decisión en el año 2022. En el Estado español, tan solo/tan solo Galicia (2015), Castilla la Mancha (2014) y Madrid (2021) movieron ficha en la misma dirección. En el resto de comunidades autónomas, corresponde a los colegios la regulación a través de su normativa interna. La preocupación generalizada es básicamente la distracción y el bajo rendimiento académico. Mi tesis al respecto, no pretende contentar a ninguna línea ideológica sino únicamente velar por la educación del alumnado y su salud.
Hay centros que tan solo permiten el uso del teléfono al alumnado mayor de 15 años, otros han limitado su uso en la hora del patio. En cualquier caso, la imagen de tantísimos jóvenes andando por el pasillo o distribuidos por el patio totalmente hipnotizados cara el teléfono móvil, es más propia de una invasión zombi que de un centro educativo. Hablemos claro: una parte significativa de nuestro alumnado, mantiene un comportamiento repetitivo vinculado al móvil, ya sea revisando constantemente las redes sociales, consultando lo whatssap o simplemente jugando. La estética habla mucho por si sola.
Una gran mayoría no ha aprendido a hacer un uso responsable y moderado del aparato. Recuerdo aquella alumna con un buen número acumulado de incidencias por un mal uso del móvil. El jefe de estudios, entró en el aula y le pidió el teléfono con el fin de guardarlo hasta que vinieran sus padres a recogerlo. La alumna en cuestión hiperventilava de los nervios. No le preocupaba el enfado de sus padres, ni tampoco el parte disciplinario. Aquello que realmente le horrorizaba era pensar que tendría que pasar un día entero sin su teléfono móvil. Según datos de la revista Muy interesante, un 60% de la población experimenta nomofòbia o miedo a no tener el teléfono móvil.
Desde hace unos años, realizo una práctica con mi alumnado. Consiste al escribir el tiempo que semanalmente le dedican a cada una de las tareas más comunes: el deporte, la música, conversar con los amigos, ayudar en casa, visitar los abuelos, pasear el perro o cuidar de la mascota, hacer deberes, estar con el teléfono móvil… Posteriormente, reflexionamos y reconocen que el tiempo dedicado al teléfono móvil además de ser excesivo, también los priva de otras actividades satisfactorias que tienen descuidadas u olvidadas.
Según datos del curso 2020-2021, un treinta por ciento de mi alumnado de secundaria (de entre 12 y 15 años) reconoció que utiliza el móvil una media de 10 horas diarias. Como que inicialmente no me cuadraban las horas, supuse que posiblemente usaban el teléfono en horario lectivo, tanto dentro como fuera del aula, así como también en horario de madrugada… Corroboré mi hipótesis gracias a una aplicación de control parental que ellos se instalaron. Por otro lado, un 10% de mi alumnado, dedica entre 10 y 13 horas diarias al teléfono móvil. El alumnado en cuestión reconoce que se pasa media noche en vela y que acude en el centro educativo sin prácticamente haber dormido. Después comprendí porque había alumnado que se pasaba toda la mañana bostezando como leones. Y digo yo… ¿Somos conscientes de las consecuencias que puede tener todo esto para la salud física y mental de nuestros jóvenes?
Damos por sentado que los teléfonos móviles de última generación son un acceso directo al saber. Sin embargo, olvidamos que vivimos en una cultura de la posverdad. En cualquier caso, hablamos de menores, a veces, preadolescentes que no han aprendido, ni tampoco se les ha enseñado, a hacer un uso prudente y que, por el contrario, viven distraídos y enganchados. Cada vez se hace más complicado, hacerle entender al alumnado que no es el momento de utilizar el teléfono. Cada vez más resistencia: ahora ya hay muchos que se niegan a hacerte caso porque saben que ni se lo vas a quitar, ni tampoco el centro va a ser exigente con el tema.
El otro día sonó el teléfono móvil de un alumno de primero de ESO (doce años). Como que se sorprendió de que fuera su madre, le di permiso por hablar con ella al pasillo. Se dejó el manos libre conectado, por eso desde el aula escuchamos como la madre le preguntaba: ¿Joan, te parece bien si hago lentejas para comer?” “¡Mamá, haz macarrones, por favor!” ¡Esto no puede ocurrir! El compromiso de las familias es esencial para una buena gestión del móvil en las aulas. ¡Sin las familias, poco podemos hacer!
Siempre me ha gustado sacar provecho del teléfono móvil con mi alumnado. Pero como la adicción se está yendo de madre, me veo forzado a plantear una solución. Prohibamos el uso del teléfono móvil en todos los centros educativos. Hagamos un uso de la sala de informática y si hace falta introduzcamos tabletas o portátiles. Pasado un tiempo, valoremos si con esta medida ha mejorado la atención, los resultados académicos y el bienestar de nuestro alumnado. ¿Saben lo que dicen los agricultores de mi pueblo cuando un campo de naranjos ya no es productivo? «Arrancar i plantar» Pues eso, empezar de nuevo y analizar si podemos reeducar a nuestros jóvenes o simplemente apartarlo. Ya está bien, el teléfono móvil no es un juego, ni tampoco ninguna necesidad vital.
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