«-Piensa, pues -añadí-, como decimos que el bien y el sol son los reyes, señor el uno de mundo inteligible y el otro del mundo visible. No digo del cielo, para que no te parezca que estoy jugando con el vocablo. Pero responde: ¿No tienes ante tí esas dos especies, la visible y la inteligible?
-Sí, las tengo.
-Toma ahora una línea cortada en dos partes desiguales y vuelve a cortar cada una de estas en otras dos partes que representen la especie visible y la inteligible. La claridad y la oscuridad se harán manifiestas en ambos casos, y en la parte visible nos encontraremos con las imágenes. Doy el nombre de imágenes en primer lugar a las sombras, y luego a las figuras reflejadas en las aguas y en todo lo que es compacto, liso y brillante y, si me comprendes, a todo lo que es análogo a esto.
-Sí que te comprendo.
-Coloca a un lado aquello de lo cual esto es imagen: así, los animales que están a nuestro alrededor, las plantas y todo lo que se prepara con el arte.
-Ya lo coloco-dijo.
-¿Por ventura te avendrías a admitir -dije yo- que esta división, aplicada a la verdad y a la falsedad, es la misma que puede aplicarse a la opinión respecto de la ciencia, siguiendo el ejemplo de la imagen?
-No tendría inconveniente alguno-respondió.
-Pues ahora deberás considerar cómo ha de dividirse la sección de lo inteligible.
-¿Y cómo?
-El alma se verá forzada a buscar una de las partes haciendo uso, como si se tratase de imágenes, de las cosas que entonces eran imitadas. Procederá por hipótesis y se dirigirá no al principio, sino a la conclusión. Y para encontrar la otra, iniciará un camino de hipótesis, pero para llegar a un principio absoluto; aquí prescindirá por completo de las imágenes y se quedará tan sólo con las ideas consideradas en si mismas.
-No comprendo de manera suficiente dijo- lo que acabas de anunciar.
-Pues no tendré inconveniente en repetirlo -afirmé-. Y lo comprenderás fácilmente en cuanto comience mi declaración. Bien sabes, a mi juicio, que los que se ocupan de la geometría, del cálculo y de otras ciencias análogas, dan por supuestos los números impares y los pares, las figuras, tres clases de ángulos y otras cosas parecidas a éstas, según el método que adopten. Emplean estas hipótesis, como si en realidad las conociesen, y ya no creen menester justificar ante sí mismos o ante los demás lo que para ellos presenta una claridad meridiana. Empezando por ahí, siguen en todo lo demás un camino semejante hasta concluir precísamente en lo que intentaban demostrar.
-Eso, desde luego, ya lo sabía yo -dijo.
-¿Sabes igualmente que se sirven de figuras visibles que dan pie para sus razonamientos, pero que en realidad no piensan en ellas, sinó en aquellas cosas a las que se parecen? ¿Y así, por ejemplo, que cuando tratan del cuadrado en sí y de su diagonal, no tienen en el pensamiento el que diseñan, y otras cosas por el estilo? Las mismas cosas que modelan y dibujan, cuyas imágenes os las ofrecen las sombras y los reflejos del agua, son empleadas por ellos con ese carácter de imágenes, pues bien saben que la realidad de estas cosas no podrá ser percibida sino con el pensamiento.
-Verdad es lo que dices -asintió.
-Pues esta es la clase de objetos que yo consideraba inteligibles. Para llegar a ellos el alma se ve forzada a servirse de las hipótesis, pero no caminando hacia el principio, dado que no puede ir más allá de las mismas hipótesis y ha der usar de unas imágenes que son objetos imitados por los de abajo, los cuales son honrados y estimados como evidentes en una relación comparativa con los primeros.
-Veo perfectamente -dijo- que tu método no es otro que el de la geometría y ciencias hermanas.
-Y no hay duda de que ahora comprenderás también a que llamo yo la segunda sección de lo inteligible. Es aquella que la razón misma alcanza con su poder dialéctico. No tendrá que considerar ahora las hipótesis como principios sino como hipótesis reales; esto es, como puntos de apoyo y de partida que la conduzcan hasta el principio de todo, independientemente ya de toda hipótesis. Una vez alcanzado ese principio, descenderá hasta la conclusión por un camino de deducciones implicadas en aquél; pero no se servirá de nada sensible, sino de las ideas mismas que, en encadenamiento sucesivo, podrán llevarla hasta el fin, o lo que es igual, a las ideas.
-Ya lo comprendo bien -dijo-, aunque no de manera suficiente. Creo que la empresa que tú pretendes es verdaderamente importante e intenta precisar que es más clara la visión del ser y de lo inteligible adquirida por el conocimiento dialéctico que la que proporcionan las artes. A estas artes prestan su ayuda las hipótesis, que les sirven de fundamento; ahora bien: quienes se dedican a ellas han de utilizar por fuerza la inteligencia y no los sentidos, con lo cual, si realmente no remontan a un principio y siguen descansando en las hipótesis, podrá parecerte que no adquieren conocimiento de lo inteligible, necesitado siempre de un principio. Estoy en la idea de que llamas pensamiento, pero no puro conocimiento, al discurso de los geómetras y demás científicos, porque sitúas el pensamiento entre la opinión y el puro conocimiento.
-Has comprendido perfectamente la cuestión -dije yo-. Ahora tendrás que aplicar a esas cuatro partes otras cuatro operaciones del alma: la inteligencia, a la que se encuentra en primer plano; el pensamiento a la segunda; la fe(creencia) a la tercera, y la conjetura, a la última. Concédeles también un orden racional que atienda a la participación de los objetos en la verdad proporcionadamente a su misma claridad.
-Ya lo entiendo y convengo contigo -afirmó-; adoptaré, pues, la ordenación de que hablas.»
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